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sábado, 16 de mayo de 2015

VIDAS GRISES

                                          
Aquel parecía ser un día mas en la vida de aquella humilde flor. Nadie se paraba a observarla, nadie a disfrutar de su perfume.
Durante los últimos años, las personas habían dejado de interesarse por los pequeños detalles que los rodeaban, nadie se detenía ya ante un jardín lleno de flores, no se disfrutaba del aroma de un café recien hecho, nadie se recreaba en los sabores de una jugosa fruta, nadie se quedaba prendado del color de los ojos de su amada. Todos parecían estar demasiado ocupados con sus estresantes vidas como para perder su tiempo en insignificancias como aquellas.
Empezó a suceder entonces algo insólito, la naturaleza empezó a apagarse, a volverse gris, profundamente triste por el desinterés que el ser humano mostraba por ella.
Una a una, todas las flores languidecían perdiendo sus vivos colores y sus embriagadoras fragancias. Las frutas, verduras y demás alimentos perdieron igualmente sus olores, colores y sabores, hartos de que nadie se detuviera a paladearlos, elogiara su dulzura, su textura,  su riqueza de matices.
Pero aquel 14 abril todo fue diferente. Pablo abandonó con desgana su piso para cumplir con las obligaciones rutinarias de otro monótono día. Hacía meses que había renunciado a comentar con sus allegados las extrañas sensaciones que percibía, la inquietante zozobra que experimentaba al pasear últimamente por las calles. ¿Acaso nadie se percataba de ese tono tenue, mortecino que parecía inundarlo todo?
Sumido en estos pensamientos andaba Pablo, cabizbajo, cuando una extraordinaria visión cautivó su atención. ¿Qué era aquel singular destello que parecía irradiar aquella flor? Pablo nunca había visto nada semejante, pero aún más impactante fue lo que ocurrió al acercarse a la flor para observarla.
Una asombrosa sensación de armonía, de bienestar, le embargó por completo. Surgieron en su mente extrañas imágenes, olvidadados recuerdos de su infancia paseando con su abuela por un campo repleto de flores de inconcebibles tonos imposibles de describir con palabras. Algunos eran cálidos como el sol de la mañana, otros intensos como el primer beso, otros suaves como una caricia. Le invadió una extraña melancolía y las lágrimas afloraron a su rostro.
De repente comenzó a gritar llamando la atención a los transeúntes, exhortándolos con palabras atropelladas para que admiraran aquel prodigio.
La gente lo miraba con extrañeza, allí no había mas que una insignificante flor y un pobre desgraciado vociferendo disparates. Pablo dejó de gritar, comprendiendo que por alguna extraña razón los demás no compartían su visión de aquella magnifica flor. Se sentó en un banco cercano para serenar su estado de ánimo y considerar si acaso era su percepción la que le jugaba una mala pasada. Cerraba los ojos, y volvía a mirar hacia aquella flor esperando se deshiciera ese sortilegio que nublaba su razón. Sin embargo, la flor parecía brillar más y más como si se supiera observada y se esforzara por atraer su atención.
Así transcurrió toda la mañana, olvidándose por completo de acudir a su trabajo. Sólo una aguda sensación de hambre apartó a Pablo de sus cavilaciones y le hizo ser consciente de que llevaba horas ensimismado.
¿Qué debía hacer? ¿Marcharse a casa dejando abandonada a la flor?¿Qué ocurriría si al día siguiente no estaba allí?¿Si nunca volvía a sentir aquellas excepcionales sensaciones que la flor había despertado en él?
Volvía pesaroso a casa, prometiéndose a si mísmo acudir a primera hora de la mañana a contemplar aquella flor, cuando su corazón pareció detenerse. Boquiabierto, se quedó cautivado por los ojos de aquella joven, diferentes a todos los que jamás hubiera visto.
María vió a aquel joven mirándola como si hubiera visto a un fantasma. Seguramente, era otro imbécil que quería burlarse de ella, de “la loca del parque”como había escuchado que se referían a ella.
¡No estoy loca, malditos idiotas! -gritó con toda su alma. ¡Sois todos vosotros, lunáticos alienados los que estáis muertos en vida, los que habéis aniquilado vuestros sentidos! -estalló, entre sollozos.
Pablo, sobrecogido, trató de explicarle que no pretendía reírse de ella, que habían sido sus ojos los que atrayeron su atención. Le habló aceleredamente de la inquietud que llevaba meses consumiéndolo, de aquella inusual flor y las extrañas sensaciones que lo invadieron.
María dejó de sollozar, y sus ojos adquirieron un brillo fulgurante. Quería saberlo todo sobre esa flor, sobre esas sensaciones, tenía que verla inmediatamente.
Juntos se encaminaron hacia el lugar donde Pablo había permanecido horas absorto. María le hablaba de conceptos extraños para él, de aromas, colores, esencias, perfumes, sabores y otras sorprendentes ideas que había leído en un olvidado diario de su abuela.
Allí estaba, conmevedora como horas antes aquella sencilla flor que había conseguido trastocar su vida. María la contemplaba, emocionada, vertiendo sobre ella sus emocionadas lágrimas, impregnándose de su fascinane fragancia.
María le convenció para que trasplantaran la flor a una maceta para así poder cuidarla en casa, le habló de la necesidad de regarla y de otras extravagantes ideas como la conveniencia de mimarla con música.
Pasaban horas y horas junto a la flor, leyendo el diario de la abuela de María, rescatando para sí aquellas palabras olvidadas, esencia, ároma, dulzura o color. De forma natural María acabó por trasladarse a casa de Pablo ya que de todos modos pasaba allí la práctica totalidad del tiempo. Cada día dedicaban menos tiempo a comer o dormir y más y más horas a conversar, leer y admirar  su singular tesoro.
Los rumores recorrían el barrio de Pablo, en todos los corrillos se departía sobre los chiflados del bloque. Algunos vecinos y conocidos de Pablo culpaban a aquella chica, que todos creían loca, de haber embelesado al pobre chico. Unos cuantos decidieron ir al piso para tratar de hablar con Pablo y alejarlo de aquella perturbada.
Llamaron una y otra vez a la puerta y no recibieron ninguna respuesta por lo que unos por sincera preocupación y otros por simple morbo decidieron llamar a la policía.
Al entrar todo estaba en silencio, cogidos por la mano junto a una flor marchita, yacían los cuerpos de Pablo y María. Por unos instantes, algunos de los presentes sintieron un escalofrío al mirar a los ojos de los jóvenes. ¿Qué era aquel destello que brillaba en ellos? Presos del pánico, algunos desviaron la mirada incrédulos, sin atreverse a comentar nada, aterrados por la abrumadora verdad que de forma implacable les golpeaba, estremecidos ante la conmovedora belleza de la escena.
Alguien, quizás el que más miedo sentía, comentó con voz temblorosa
Pobres idiotas, que forma mas absurda de morir.
Poco a poco, todos fueron recuperando la calma y apartando de sus pensamientos a aquellos incautos. Todo volvía a ser como siempre había sido y como siempre debía ser, gris, como sus vidas grises.


Para todos aquellos seres especiales que llenan de color mi vida.

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