Comparto con vosotros el manifiesto que escribí para la celebración del Día de la Paz en el IES Nazarí de Salobreña.
Fue un 30 de Enero de 1948 cuando una bala quiso acallar la voz de Gandhi. Acabaron con su vida pero emergió aun
con más fuerza su figura
y perdura para siempre su mensaje
de paz.
En estos tiempos en los que
la violencia
nos desgarra cada día con sus diversas manifestaciones, el terrorismo, la
guerra, el trabajo infantil, la violencia machista, el acoso escolar… recordamos su
figura y alzamos
la voz para reivindicar la palabra, el dialogo, la educación como las
únicas alternativas
reales, las únicas armas legitimas frente a la violencia.
Para alcanzar la paz no bastará con
discursos
cargados de buenas intenciones. Es necesario reflexionar sobre nuestra responsabilidad en
esta tarea. Difícilmente lograremos la paz en Siria o el Sahara
si no somos capaces de alcanzarla en nuestros centros escolares, nuestras casas y
nuestras calles.
Las transformaciones
no provienen tan sólo de la mano de grandes líderes o acontecimientos, suceden
también a través de pequeñas acciones, acciones reales y concretas que están al
alcance de nuestras manos. Comencemos a construir en nosotros mismos el cambio que
deseamos ver en el mundo.
Como profesores coincidimos
con cientos de alumnos, compañeros, padres y madres de diferentes lugares,
culturas o niveles económicos. Podemos apreciar que pese a esas diferencias
superficiales todos somos básicamente iguales: tenemos deseos y anhelos semejantes.
Ser valorados, ser escuchados, ser queridos. Comprender que todos a
nuestra manera buscamos ser felices, dejar a un lado nuestros prejuicios
y practicar una comunicación más profunda evitaría a buen seguro
muchos de los conflictos existentes.
A pesar
de vivir en la época de las redes sociales, estamos lejos de esa comunicación profunda. En la llamada
era de la información, nuestra sociedad parece confundir emociones
con emoticonos, medir la soledad
por el número de “contactos” y la autoestima por los “me gusta” recibidos, mientras apenas sabemos nada del mundo
interior de aquellos con los que compartimos aula durante años, de nuestros vecinos, de quienes comparten nuestro mundo e incluso de nuestras personas mas cercanas.
Hagamos
un esfuerzo por ver más
allá de las apariencias, pues como
dice El Principito “lo esencial
es invisible a los ojos”.
Dejemos
de construir barreras que nos separen
del diferente y tendamos puentes
que nos acerquen. Trabajemos juntos para derruir los muros
del odio; para asaltar las vallas
que separan la pobreza y la guerra del bienestar; para abrir las verjas de nuestros prejuicios a los que tienen una lengua, una cultura o un color de piel distinto del nuestro.
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